Pensando en la tecnoantropología como profesión (I)
La construcción social de la realidad
En los años 70s Berger y Luckmann recordaron al mundo que hay una construcción social de la realidad y que, por lo tanto, que la realidad se construye socialmente. No es que la realidad no sea real, como se preguntaba Watzlawick de manera juguetona. Es que, a pesar de habitar como seres vivos un lugar físico al que llamamos planeta, necesitamos construir nuestras propias realidades físicas, sociales y mentales para poder sobrevivir, vivir y desvivirnos en él. La idea de estos autores no era original, procedía de una tradición fenomenológica y hermenéutica muy anterior pero su publicación en el espacio intelectual durante el esplendor del desarrollismo sirvió para tomar consciencia de ello en los albores de la sociedad de la información.
En este sentido los humanos somos constructores de objetos, de relaciones sociales y de sistemas de significados que, luego, conservamos (o no) en forma de propiedades, costumbres sociales y maneras de pensar. Si, además, a estas construcciones históricas propias del proceso civilizatorio añadimos los logros de la biotecnología y la nanotecnología, resulta que, ahora, también somos creadores de vida y de materia sintética. En otras palabras, la construcción social de la realidad aún va más allá. No sólo es un concepto metafórico inspirado en la arquitectura como ingeniería, como identificaron Lakoff y Johnson, sino que, tanto la realidad del mundo de los objetos como de la interacción humana y de los símbolos es, en sí misma, el resultado de una ingeniería social.
Todos somos ingenieros
Por lo tanto, no es que entre los seres humanos haya ingenieros y pensadores como distinguió la filosofía clásica al oponer la experiencia de los artesanos a la de los filósofos, sino que, de manera continua, los seres humanos ingenian tanto mecanismos físicos, sociales como mentales para sus propósitos de hacer, de vivir y de dar sentido a su existencia. El ingenio, la astucia, la inteligencia, el conocimiento, la memoria, la capacidad de asociación y todas las demás capacidades cognitivas del ser humano son instrumentos al servicio de su vida. Cuando el ser humano activa estas capacidades actúa como un ingeniero del mundo. Cuando esto no sucede, el ser humano actúa como un usuario en el mundo. La dicotomía, pues, no es entre filósofos y artesanos, sino entre ingenieros y usuarios. Pero, en esta segunda dicotomía, los ingenieros son todos aquellos que ordenan y/o transforman el mundo con sus nuevos objetos, sus nuevos mecanismos sociales y/o sus nuevos conceptos, se dediquen tanto al hacer, como relacionar o al pensar.
Visto des de esta manera, nuestra vida es un continuo ir y venir entre el papel de ingenieros y el de usuarios. Cuando resolvemos o creamos problemas estamos actuando desde la ingeniería y, cuando utilizamos lo que nos encontramos hecho, actuamos como usuarios del mundo. Somos ingenieros en la familia, en el trabajo, en la comunidad o en la academia.
Sin embargo, algunos académicos objetarán: ‘Nosotros no somos de los que queremos transformar el mundo, somos de los que lo analizamos y lo interpretamos. No somos ingenieros’. A estos académicos se les podría responder: Sí, tambien sois ingenieros porque cuando explicáis las cosas construís un argumento, disponéis los datos empíricos o las razones de una determinada manera y empleáis (o generáis) conceptos que ayudan al lector a interpretar los fenómeno en el mundo, es decir, le proporcionáis un mecanismo de interpretación que le ayuda a ver las cosas de una manera y no de otra. Por lo tanto, vuestra actividad es ingenieril. Los académicos y los científicos, aunque no apliquen sus conocimientos, también son ingenieros y lo son porque construyen explicaciones que permiten a la gente entender lo que ocurre a su alrededor.
Y puede que estos profesores e investigadores pregunten: ‘Si a todo le llamamos ingeniería, entonces, ¿qué es la ciencia? Creíamos que lo que hacíamos se llamaba ciencia. ¿Acaso no lo es?’
Toda ciencia o arte es una ingeniería
Parece, pues, que la ciencia, como tal, no existe. Nunca ha existido. Esa ‘cosa’ llamada ciencia, es una tecnología del conocimiento. Los conocimientos científicos son instrumentos que nos ayudan a explicar el funcionamiento del mundo pero, aunque el pretendido científico sea físico, natural o social se comporta como un ingeniero. O proporciona nuevas ideas y síntesis sobre la realidad, o proporciona nuevas conexiones, o proporciona nuevos objetos a la industria o a la sociedad. Incluso el filósofo cuando escribe hace de ingeniero manejando palabras e ideas. ¿Y el artista?También es un ingeniero. Su obra de arte plasma su ingenio y es el resultado de la tecnología creativa que ha empleado. En sentido estricto no podemos afirmar que exista la ciencia ni la literatura como tales, existen tecnologías de o para una cosa u otra. No existen ni los científicos ni lo humanistas ni los artistas. Tampoco existen ni los políticos, ni los juristas, ni los teólogos. Existen formas de hace ingeniería en distintos campos de la experiencia humana y que, con sus instrumentos físicos, sociales, conceptuales o virtuales explican, transforman o contemplan el mundo. Esta separación entre ciencia y tecnología, entre filósofos y artesanos, entre ciencia pura y ciencia aplicada resulta paralizante en un mundo complejo. Es fácil separar o delimitar los ámbitos de actuación pero, luego, resulta demasiado complicado volver a enlazar las partes e integrarlas en el conjunto de la sociedad.
Pensar como ingenieros para diseñar el mundo en el que queremos vivir
Si asumimos que todos, de una manera u otra, somos ingenieros, entonces, todos deberíamos poder participar del diseño del mundo en el que vivimos o en el queremos vivir. Y, quizás, así, podría mejorar nuestra experiencia como usuarios del mundo o, por lo menos, de la parte del mundo en la que vivimos o queremos vivir. En tiempos de la globalización la ingeniería y el diseño social debería ser cosa de todos.