Si una de las bases de la etnografía es la observación participante en comunidades y sociedades distintas a las que pertenecen los investigadores, pero la tecnoantropología se aplica el mundo de la Investigación, el desarrollo y la innovación (I+D+i) contemporánea al que ellos mismos pertenecen, entonces, los tecnoantropólogos, al hacer etnografía en comunidades tecnoculturales e innovadoras en su propia sociedad y en la que ya participan y con la que se implican, resulta que, en realidad, no sólo están haciendo etnografía sino implicación auto-observada, es decir autoetnografía, descubrimiento y transformación. Por sus implicaciones esto merece una reflexión.
La tecnoantropología plantea un dilema a la antropología clásica no solo de forma sino también de fondo. Tanto la antropología cultural norteamericana como la antropología social británica o la etnologie francesa nacieron como disciplinas especializadas en comprender y explicar a los otros. El valor que aportaba esta especialidad a los intereses de la sociedad industrial moderna dependía de los proyectos militares, económicos, políticos, sociales, culturales o recreativos en los que la variedad de antropólogos y antropólogas se implicaban profesional o académicamente. La etnografía que acompañaba esta antropología desarrolló unos debates que han perdurado hasta el presente. ¿Cuál debía ser la postura ante las sociedades tradicionales? ¿Había que observarlas sin “contaminarlas” y mantenerlas “puras” o había que contribuir a su desarrollo? ¿Y si se contribuía a su desarrollo, debía hacerse desde dentro de la comunidad ayudando a los perfiles más modernizadores, como en la Investigación Acción, o desde fuera imponiendo nuevas estructuras, conductas y conceptos? Las distintas posturas ante el fenómeno del cambio garantizaba la diatriba entre idealistas y pragmáticos o entre tradicionalistas y modernizadores.
Sin embargo, la tecnoantropología, al igual que las nuevas antropologías hechas por aquellos que antaño hubieran sido llamados indígenas, nativos o aborígenes surge de la propia sociedad objeto de estudio y, cuando observa las comunidades que le rodean, resulta que se está observando a sí mismas. Estos nuevos antropólogos y antropólogas son a la vez sujetos y objetos de estudio, son simultáneamente “ellos” y los “otros”. Cuando observan a los “otros” se están observando a sí mismos. Y cuando los describen no pueden evitar describirse a sí mismos. Es decir, sus etnografías son autoetnografías, son relatos implicados. Pero no en el solipsismo postmoderno de El otro por sí mismo (Baudrillard) sino de que el otro se ve a sí mismo porque realmente esta interpretando la misma cultura de la que procede y por lo tanto, lo que está proyectando en el otro tiene mucha más empatía que si perteneciera a una cultura realmente aliena a la suya.
En este punto la antropología clásica y de cuño positivista tiene una “solución”: prohibido hacer trabajo de campo en las comunidades a las que se pertenece. Esta condición de la antropología decimonónica no es aceptable per muchos motivos. Entre ellos porque insiste en un cientificismo y una presunta objetividad que Clifford Geertz desmitificó en Works and lives. The anthropologist as author (1988) y otros autores han descalificado desde una antropología postmoderna, la postcolonial y la crítica. Por lo tanto, la única solución de continuidad para una antropología contemporánea que busque el encage y anclaje en la propia sociedad es asumir su subjetividad de una manera optimista y con finalidades prácticas. En consecuencia, su objetivo es tratar de domesticar y sistematizar aquella subjetividad que durante un tiempo fue estigmatizada como “pecado” científico y que ahora se convierte en una esperanza para el conocimiento. Tanto la antropología hecha por los indígenas formados como antropólogos en las universidades como la tecnoantropología son antropologías fundamentalmente autoetnográficas y deberían reconocer y poder ofrecer como producto una subjetividad practica.
Sin embargo, la noción de subjetividad práctica tiene una antípoda, una subjetividad excesivamente intimista y descriptiva. En el mundo de las autoetnografías esta dicotomía se presenta con los términos autoetnografías analíticas (Leon Anderson) y autoetnografías evocativas (Carolyn Ellis y Arthur B. Buchner). Las autoetnografías evocativas continúan la tradición de la etnografía académica mientras que la tecnoantropología, como especialidad profesional, emplea autoetnografías analíticas y prácticas, así como autoetnografías colaborativas que se luego se contrastan entre los colaboradores. Cuando la autoexploración es dirigida, sistemática y crítica, y, además, tiene un componente de contraste colectivo, la fragilidad de una subjetividad individual se consolida en el grupo y da lugar a un conocimiento colectivo emergente, un conocimiento surgido del tanteo y el diálogo entre experiencias distintas que se inspiran unas a otras y cooperan para enriquecer sus percepciones.
En trabajos de tecnoantropología dedicados a conocer las experiencias de los usuarios esta fórmula metodológica resulta excepcionalmente útil. Los investigadores no sólo investigan sino que se implican como usuarios y actúan como usuarios-investigadores o investigadores-usuarios incluso investigadores-usuarios-consultores. Cada investigador tiene sus experiencias como usuario, pero, como investigador, documenta su experiencia y, como consultor, analiza tales experiencias sabiendo que tiene que presentar un informe final práctico. Al sumar las experiencias de los distintos investigadores se completan las tipologías generadas individualmente por cada investigador, se suman las ideas, se enriquecen los conceptos y los patrones identificados, las percepciones y las interpretaciones. Si la experiencia de las autoetnografías colaborativas se contrasta con las de usuarios no especializados recopiladas mediante otras técnicas de interrogación y observación, entonces, se confirman o refutan los resultados procedentes de las autoetnografías de los usuarios-investigadores, y se validan o se procede a enriquecer los resultados de la investigación.
Sobre autoetnografías prácticas puede consultarse:
Anderson, Leon (2006). “Analytic autoethnography” en Journal of Contemporary Ethnography, vol. 35, nº 4, pp. 373-395
Colobrans, Jordi (2013) “Autoetnografías aplicadas al mundo de la innovación. Usos de las autoetnografías analíticas en la exploración de plataformas informáticas, programas de formación innovadores e investigación de mercados”. En Actas del XI Congreso Español de Sociología. FES, Universidad Complutense de Madrid, 10-12 julio
Chang, Heewon (2008). Autoethnography as method, Left Coast Press, Walnut Creek, CA
Chang, Heewon; Ngunjiri, Faith, Wambura; Hernandez, Kathy-Ann C. (2013). Collaborative Autoethnography, Left Coast Press, Walnut Creek, CA