En la foto: Research Report: Digital divide, nube de etiquetas generada desde el Ultimate Research Assistant
Hace unos años cuando se empezó hablar de la brecha digital (Digital Divide) el significado de esta expresión era muy concreto. Hablar de brecha digital significaba plantear problemas y soluciones ante las dificultades que algunos colectivos tenían para disponer de tecnología para la computación y de acceso a Internet (1). la brecha digital fue la metáfora que se utilizó para llamar la atención y destacar un nuevo fenómeno: el desigual acceso a las herramientas del mundo digital y para plantear los riesgos de las nuevas formas que tomaba la desigualdad y la exclusión social ante el avance tecnológico. La tecnología ¿Tiene que servir para unir o para dividir y excluir? se preguntaron unos. Debería unir, respondieron otros. Ver l concepto clásico de brecha digital en una Infografia.
Para solventar este problema se llevaron a cabo varias iniciativas que proporcionaban acceso a ordenadores y conectividad a los ciudadanos, por ejemplo impulsando la creación de Telecentros (2) y otras iniciativas para el fomento de la sociedad del conocimiento y el fomento de la cultura digital a escala local. En Catalunya, se dio un caso singular, abrió sus puertas el Citilab de Cornellá en el 2007 con una magnífica sala de ordenadores abiertos al público, un atractivo programa de formación para el mundo digital y un ambicioso mapa de proyectos tecnoculturales (mapa del 2009). En el 2009, Vicens Badenes, su entonces director, observó que la frecuencia de visitas de los usuarios del Citilab a la sala de los ordenadores estaba disminuyendo. ¿Por qué sucedía esto? Se hizo un estudio de las motivaciones de sus usuarios y se descubrió que estaban dejando de acudir al Citilab porque, precisamente, al haber estado acudiendo al Citilab, manejando ordenadores conectados a Internet y descubierto sus posibilidades con la formación que se les ofrecía, se habían ido acostumbrando a ellos y, finalmente, habían decidido ir comprado su propio ordenador y dado de alta una conexión a Internet en casa. Los usuarios del Citilab ya no pedían acceso, pedían formación y proyectos en red para moverse en una sociedad que progresivamente se digitaliza. Aquella brecha se había desplazado. Ahora que tenían tecnología quería saber qué más podían hacer con ella.
En la actualidad en la UE se habla mucho de Big Data y de Smart Cities, de Open Data y de Open Government. Y ha ido emergiendo un movimiento de cultura abierta y cultura del común (commons) que pide al gobierno y a las instituciones educativas financiadas con dinero público que haga públicas sus bancos de datos. ¿No ha sido con dinero público que se han generado estos datos?, se preguntan algunos, entonces públicos deben ser los datos en una sociedad de derecho, infieren. Detrás de esta demanda hay una exigencia latente de transparencia a la gestión pública y una cierta cultura de la sospecha hacia ciertas tradicions de gobernantes, además de la concepción discutible de que la información es un fin en sí misma. Una alternativa conciliadora de este enfoque sería ¿Cómo, al abrir los datos, los gobiernos podrían crear sinergías para mejorar la gobernabilidad con la ayuda de los ciudadanos? (4).
Supongamos que un proyecto de Open Data para los ciudadanos ha logrado sus objetivos y que tenemos millares de bancos de datos abiertos disponibles para hacer algo con ellos, lo que queramos. ¿Y ahora qué? ¿Cómo podría su publicación empoderar de alguna manera a los ciudadanos? ¿En qué ayuda esto, por ejemplo, a la gente de un barrio, distrito o población? ¿Y de una calle, de un edificio y de una casa? ¿O al miembro de una familia, a un estudiante, a un trabajador, a un tendero, a un empresario o funcionario local? ¿Quien sabe en la dimensión de la vida cotidiana del ciudadano cómo extraer algún conocimiento de aquella información? La minería de datos y la gestión de conocimientos es algo muy complicado. Más aún cuando las fuentes de la información son diversas. Se requieren no sólo conocimientos especializados sino tiempo y dinero. Si esto es así, tendremos datos abiertos pero el problema será otro. ¿Qué tienen que ver estos datos con los intereses reales de los ciudadanos? Aquí la brecha digital es otra. En tiempos de la Open Data los que saben analizar los datos tienen ventaja sobre los que no saben cómo. Hay otra brecha digital. Parece, pues, que la brecha avanza a medida que la sociedad va consiguiendo logros en el mundo digital.
Posiblemente con el tiempo aparecerán programas que reordenen, analicen e interpretan toda esta información en lenguaje natural y proporciones aplicaciones contextualizadas del conocimiento adquirido a los ciudadanos, a los colectivos, a las empresas, a las universidades y a la misma administración, y que la Big Data (o la Thinck Data) podrán ser explotadas para algo. Pero, para cuando esto suceda, la brecha digital se habrá desplazado a otro lugar. Esto es, precisamente, ir hacia el futuro, vivir en un mundo que se digitaliza. Para que la Open Data sea funcional no debe limitarse a ser un repositorio. El ciudadano no tienen tiempo para tratar con el banco de datos, necesita el sumario ejecutivo para poder tomar sus decisiones. Esto es una de las cosas que habría que pedir a la Open Data, los datos y algo para poder hacer algo con ella, de otra manera, la brecha digital para muchos personas seguirá ahí.
[1] Para una breve introducción a la historia de la brecha digital ver el post de Michale Rapaport (2009) A Short History of the Digital Divide , o el de Kevin Bulger (2007) A brief history of digital divide
[2] Por ejemplo, ver Telecentre Europe, la red de Punt Tic en Catalunya, La Asociación Comunidad de Redes de Telecentros en España, o la TCF-Telecentre Foundation)
[4] Ver, por ejemplo, el programa del Center for Government Excellence (GovEx)